lunes, 3 de mayo de 2010

Ya nadie te humilla

In memoriam de Jorge Di Pascuale;

cuyo cuerpo desaparecido en 1977 vuelve con nosotros…



Las sombras del ayer abren sus puertas, detrás

está el abismo… la muerte sucede en el pasado…

Van y vienen los recuerdos, siempre ansiosos, encendidos,

como un caballo que galopa bajo una luna

todavía en sangre, casi seca…

Ahí está la noticia; llega entre nubes rojas,

sin que el cielo se inmute, ningún ángel levante

su espada, ninguno de los dioses ruja…

En la fosa clandestina, pasando el río

de las grandes mugres y la vida deshecha

Hay restos de un hombre…

30 años y más del ayer, desaparecido…

Que identificado por el equipo forense…

Resultó ser…un líder sindical…

De una generación que quiso construir

el cielo en la tierra, alguien dijo…

Y se quedaron desnudos

Y era invierno

Y para colmo llovía…

Nadie cubrió con flores sus huesos

Ni tejió los días de la eternidad…

Van y vienen los recuerdos… La liviandad

del tiempo nos espanta… El compañero dejó sus huellas

en los bordes de nuestros cuerpos…

Cuando la patota militar entró a los golpes en su casa dijo: Nunca

dejaré de odiarlos…

Lo torturaron mucho. La agonía fue lenta. Ni siquiera

la piedad de un tiro de gracia…

El compañero es una historia –o mejor una leyenda–

del buen amor –cuando todo tambalea–

y la mejor lucha en los campos de Octubre

Que resucita…

Mientras su muerte sin castigo embiste

a los gritos en la noche de los gritos

contra la paz del inocente sin memoria

que no sabe / no contesta / que con jeta

de santurrón vomita: en algo andaban…

pasaron tantas cosas…

El compañero ha vuelto a las andadas…

Su nombre alienta; otra vez galopa…

Su cuerpo estuvo en la tierra…

Humillado en la tierra…

Desaparecido en la tierra…

Su noche en la noche de las noches ha

tocado fin…

Otra vez está aquí

como una nube sobre el cielo de verano

alentando el fuego / moviendo los sueños

En el viejo sindicato de la calle Rincón

Donde tu alma es tu memoria…

Y ahora hablaremos de vos entre los compañeros,

y alguno preparará el mate, y te abrazaremos

Como si estuvieras en el aire…

Porque el aire siempre nos abraza...

Nadie pide clemencia / el barco sigue andando

entre las aguas bravas…

Vos estás con nosotros y las estrellas relucen…

Lejanas, muy lejanas, pero relucen…


Buenos Aires, diciembre de 2009

domingo, 18 de abril de 2010

Canto de Paz - Por Vicente Zito Lema



1. Oh, alma mía

Qué será de ti...

Ahora que la lluvia

Ha perdido la luz de tus pasos...


2. Oh, alma mía

Qué será de ti...

El viento que apagó el fuego

Arde en el mar del último desierto...


3. Oh, alma mía

Qué será de ti...

La noche consume el brillo

Que anunciaba la rosa del alba...


4. Oh, alma mía

Qué será de ti...

Mil sombras desnudan el olvido

Nadie besará tus labios fríos...


5. Oh, alma mía

Qué será de ti...

Ese cuerpo que yace sobre el silencio oscuro

Gozó alguna vez con tu amoroso abrazo...


6. Oh, alma mía

Qué será de ti...

Si la voz que despertaba el júbilo

Es hoy apenas una ofrenda de llantos...



7. Oh, alma mía

Qué será de ti...

Sudamos las ataduras de la muerte

Sin otra paz que el tormento...


8. Oh, alma mía

Qué será de ti...

No hay piedad para el final de tu secreto

Sopla el sol un triste sudario...


9. Oh, alma mía

Qué será de ti...

Mientras la belleza aún en agonías

No redima las huellas del espanto...


10. Oh, alma mía

Qué será de ti...

Sufres ante el eterno combate

De las músicas con las tinieblas...


11. Oh, alma mía

Qué será de ti...

Todavía en la fragilidad, no temas

Aunque mueran los que aman, el amor no cesa...



12. Oh, alma mía


Qué será de ti...

Ceniza eres desde el dolor, no temas

Ceniza de un sueño que renace enamorado...

sábado, 11 de julio de 2009

DESAPARECIDOS - CON MUSICA Y EFECTOS DE JOAN PRIM Y GROD MOREL

QUEMARLO TODO.


PASION POR LOS NIÑOS MUERTOS EN TUCUMAN.

Esos cuerpitos, niños enterrados en cajones rústicos, pequeños, casi de manzanas, frutos desechos, materia escasa y lúgubre del árbol de la vida que en ellos apenas ocurrió.

Cuerpitos mínimos, umbrales del deseo, nacidos y condenados desde la primera luz a una oscuridad sin tapujos, fatalidad extrema que no conocerá la piedad de soñar otro destino frente al espejo quebrado de la finitud.

Cuerpitos saqueados hasta de la capacidad de símbolos para una esperanza, o el engaño final. Muertes alucinadas, muertes de un terror vacío, muertes como espacios en blanco, humildes y sin defensa. No el martirio sagrado de los héroes y los cristos sino un inevitable y mecánico sacrificio sin adioses ni promesas de redención; muertes para la muerte, igual que los corderos ante el mazazo del matadero.

Cuerpitos de madres pobres que ahora rezan a sus angelitos y mañana tendrán otros angelitos también para las muertes si antes no nace un odio gigante, porque la conciencia también puede nacer como un odio gigante en los cuerpos de los niños y sus madres del sacrificio en un país que conoció tanta muerte que se olvidó de la vida.

Hablo de los cuerpitos, estoy ante las fotos, me miro en los ojos ahora bajo la tierra de Tucumán, cuerpitos humillados en la inmensidad sin nombres ni memoria, simple comida para los bichos que no tendrán hambre, porque los cuerpitos fueron todo el hambre posible en la hambruna cruel de un país más que cruel en su perversa y tan larga ceguera.

De las almitas de los niños sacrificados -¿o no hubo aquí un sacrificio público?- se encargará algún Dios, si es que aún existe y atiende tales menesteres. Son almitas puras, inmaculadas, sin amores, sin odios. Ni siquiera tuvieron tiempo, o aliento, para las pasiones.

Acaso las almitas no sientan el hambre, ni guarden recuerdos del cuerpo que las albergó.

Los cuerpitos sí conocieron cada una de las palabras del hambre, y los gritos y el silencio que arriban con lo peor del hambre.

El hambre fue la muerte, que no necesitó guadaña ni vistió sus mantos negros.

Una muerte sin bombas, sin tiros, sin el cuchillo que desgarra la carne. Una muerte sin alaridos ni sangre, sin más obscenidad que la propia muerte. Una muerte limpia para que no manche sus manos el Poder.

La realidad es muy simple, como una piedra que sostiene otra piedra: el hambre de los niños es la muerte de los niños. No muestra sonrisas, tampoco lágrimas.

Estas muertes no conocerán el duelo de los serenos, escapan a la sublimación de los bien pensantes, rechazan y rechazarán la justificación de los justos que reproducen la justicia encaramada sobre cruces y tumbas. Son muertes para escupir sobre la justicia, sus jueces y sus tumbas.

Músicas sin música, cuerpitos para el hambre, almitas sin gracias celestes que padecieron en la tierra el infierno de los pobres...

Niños muertos de Tucumán en la última estación de la tristeza...

Aquí, en este país, donde por miedo, obsecuencia, especulación o egoísmo, con conciencia o con alineación, por ser idiotas o por ser perversos, o por lo que mierda Dios sea, buena parte de su sociedad se dejó llevar a sus vivos y no enterró a sus muertos, y más tarde, con liviandad que asquea y pone un carbón ardiente en la punta de la lengua, arrimó hasta las manos del verdugo la soga para su propio ahorcamiento; aquí, en este país, donde las sobras de la comida se disputan a golpes y mordiscos por las calles, se terminó la inocencia.

Una a una conocemos las luces para resistir, pero también las sombras para el espanto.

Todos sabemos qué está pasando en el país. El inventario de desgracias rebasa el libro y la paciencia del buey apesta por los cuatro costados.

Más todavía: las causas de la desgracia ya se exhiben desnudas, con la grosera pornografía con que un poder pagado de sí se arroga las llagas que provocó.

Hay nombres y apellidos para el Terror de Estado del ayer; las muertes por hambre (y por represión) del hoy, y las lágrimas por los caídos que se sucederán en las luchas de mañana. Nunca un Imperio, el sistema de producción económica que lo sostiene, las clases dominantes que administran los territorios periféricos –y resguardan hasta el máximo su visión del mundo y sus privilegios–, y la cultura de tánatos que justifica y da razones sobre su existencia, abandonan el campo de la batalla de la historia sin provocar el estruendo, el daño y el dolor que ya es parte de la larga memoria de los pueblos.

Hablamos del hambre, la pesadilla que tiñe con crueldad las horas que se viven.

El hambre no lo provocó la ira de un Dios vengativo, o sufriente por el escaso amor de sus criaturas perdidas en el desvarío de un sálvese quien pueda. El hambre tampoco vino a caballo de una naturaleza despiadada o sumida en el desorden por terremotos, plagas o sequías.

La tierra sigue generosa, las lluvias no alteran su buena medida. Se amontonan las frutas y verduras y explotan de granos los silos. La comida sobra. La comida da, da y da riquezas. He ahí el drama: la comida ya no es comida. La comida es, por sobre todo, riqueza. Que no se distribuye. Que se acumula. Que se convierte en instrumento de usura, en poder político y en institutos morbígenos. Es una fábula sin tiempo, simple y terrible –más terrible cuanto más simple. Con niños que se mueren de hambre y hombres –y sus empresas y la red financiera detrás de las empresas–, que no terminan de contar la riqueza que les dejan los frutos de la tierra, mientras la belleza del mundo no se detiene, porque también la belleza perdió su conciencia.

Para que una sociedad deje morir a sus criaturas más desvalidas, inocentes, y todo sigue igual bajo el sol, debe haber una organizada impunidad –para escapar del castigo–, una gruesa complicidad –para reproducir la causalidad de los hechos–, y una aberrante plusvalía final, porque un poder rapiñoso saca provecho político mostrando su interés por los cadáveres.

Más allá de fáciles habladurías y compasiones que se pierden en cualquier atajo del camino, hay voluntad en quienes están en el poder, y en muchos que los sostienen como sus representantes, para que las muertes por hambre de los niños se instalen con naturalidad, y hasta aburrimiento, en nuestros días.

Una sociedad amparada en su estructura perversa, y más allá del mono o del verdugo que de la cara, debe seguir castigando a los cuerpitos, condenados por el delito de nacer donde y cuando no se debía.

Que nadie lo olvide. Para eso están sus fotos monstruosas en los diarios y pantallas. Son cuerpos que abundan, que poco sirven; alguien de la escuela de Lombroso diría, mirando sus orejas raquíticas, que nacieron para la mendicidad o el crimen, que suelen ir de la mano.

Cuerpos desechos. Pobres de la peor pobreza. Hijos y nietos de pobres que, si escapan a la Parca, padres de pobres serán.

Cuerpitos que a la hora de los lobos, cuando ya no se rezan rosarios ni se recuerda la letra de la Constitución, morirán de tan definitivamente pobres, de tan desesperados y hambrientos, de tan poquita cosa esos cuerpos y esos almitas que tampoco parecen humanos, aunque la humanidad de los vivos sea apenas la sombra de los pobrecitos muertos.

Hay hoy en mi boca –y acaso en otras bocas– un deseo oscuro y grueso, sin matices, que tensa el campo de la razón y pone al rojo vivo, como en un sueño terrible, el sentido de lo justo y necesario: quemarlo todo.

Por Vicente Zito Lema

Buenos Aires, diciembre de 2002

martes, 30 de junio de 2009

Las palabras, la identidad, y los perros de la pobreza…

Por Vicente Zito Lema

Hay palabras, en el origen de la vida… En la noche absoluta y sin matices hay palabras cuando la vida fue, memoria de la noche absoluta y sin matices… Que no se reitera, pero tampoco existe sin el común origen, fuera de una resonancia que perturbe el vacío…
Hay palabras que nacen sin recuerdo de la eternidad.
Son palabras fugaces, frágil llama en el viento… Viven en un tiempo atroz. Ocupan un espacio atroz. Les espera una oscuridad atroz; negrura que jamás conoció la luz…
Tiemblan en una soledad sin labios; sus huellas son tenues, fugitivas, apenas las pisadas de una sombra…
Post Scriptum: La palabra aquí es el alma, que resguarda al cuerpo en los aprestos del cadáver… ¡Ah, las músicas, las músicas!… Más allá de sí, de una decisión o de la voluntad; puras palabras ajenas a la voracidad de la muerte… Son palabras sin cuerpo, deberán construirlo; y en la medida que la palabra forma el cuerpo, el cuerpo dará sentido a todos los silencios…; en especial al que asoma en el final del camino… La muerte, entonces, también se construiría con la palabra y el alma tendrá cabida en el regocijo del cuerpo… (La palabra obscenidad quedará clausurada, el miedo se morderá su cola, los cielos vivirán en los cielos, y “la muerte ya no tendrá poder”…)

Hay palabras que nacen para increpar al destino. (Lucen celestes en el crispado río; son las palabras del viaje…)
Hay palabras que nacen cuando nacemos… De nosotros mismos, instante del instante, agónicos, oscuros, incompletos…
El cuerpo sigue siendo sangre sin carne; el alma todavía acomoda sus pasiones, sabe del desvarío, sabe del desamparo y como una bailarina ciega se prepara en las sombras para las danzas…
Post Scriptum: Semejante a la lluvia, que atraviesa los cuerpos, vemos a una madre que muerde las palabras, amorosa primero y más tarde arropada en una piedad extrema; ella puede sentir el aleteo de la muerte y se aleja, presurosa, en su boca carga el grito como si fuera la piedra de su martirio..., sueña con una pradera de salvación…

Hay palabras que nacen como nace el silencio, en el fin de las distancias, en el agua donde comienza el desierto después de la sed; allí donde los hijos matan a sus padres porque son jóvenes y fuertes y necesitan reír sin que nadie se refugie en sus risas con pasos de viejo y con ojos de viejo que ya no separan el bien del mal, por tanto hablar con la muerte. Allí, en el mismísimo lecho de la divinidad, donde el primer hombre y la primera mujer todavía se descubren… ¿lujuriosos…? ¿…azorados….? ¿Felices porque Dios no soporta la provocación y se fuga….? ¡Ah las bellas criaturas del temblor!... ¿Qué palabra colmará semejante mar sin peces; la palabra ayudará a entrar en el mundo del beatífico esplendor terreno a ese cuerpo que nunca entró, que jamás de los jamases salió de sí, aterrado, aterrado…?
Post Scriptum: cuando la palabra desafía a la divinidad, se come la lengua; ¿o es posible imaginar una palabra que no traicione a la muerte…? ¿Miedo y silencio son las dos caras de una espera que se resigna a ser espera…? ¿La rebeldía de la palabra que no existe sin un bendito o maldito amor a Dios, es el último sostén de “un alma en vilo”…?

Hay palabras que esperan a los cuerpos, sin mansedumbre, cumpliendo el ritual de la inocencia; así también los cuerpos aguardan sin guardia a las palabras en la noche de su destierro… Todo fluye hacia un espacio de anuncios; la identidad de la palabra se abre paso en el pantano; sucia de si, se pierde y se encuentra; sucia de sí, balbucea en el lodo, da gracias a los cielos como un naufrago que se aferra a las raíces de la orilla…
La identidad de la palabra –en las delicias del amor o en el socavón del odio, tanto da–, es una palabra que se alza, letra más letra, ladrillo a ladrillo, con la misma paciencia, con el mismo asombro que siente el cuerpo cuando descubre la lluvia en una lejanía sin nubes…
Post Scriptum: ¿Qué sucede con la palabra; tambalea, se sacude hasta en los cimientos su identidad, cuando un ser poseído por la angustia apresura los tiempos de la agonía inevitable y escribe su destino…?(¡Ah esa hoja que cae, dorada… dorada…!)
¿No será un anhelo de la palabra, que la palabra devaste a la agonía, así la palabra escucha a la palabra…? ¿O acaso el silencio no habla con el silencio en la noche perfecta de la perfecta mañana…?

Hay palabras que arden y arden con ansiedad y brillo en los pliegues de la caverna. En la desmesura de su totalidad, como unidad del lenguaje ungido en verdad amorosa, las palabras incendian la tierra del día y los cielos de la noche. Lentas palabras de agua, sirven para perderse en el vientre de una estatua de sal. Raudas palabras de aire, van y van, van y van…. Nube en las nubes… Las nubes se sostienen de palabras, jamás de llantos. (Nadie llora cuando la muerte resucita en los pasos de la belleza…)
Post Scriptum: El tema de la palabra es la fuga. Por fuera de su deseo el viento de la boca la enloquece; es su Mistral. Las palabras sobran en el cuerpo; hasta un barril sin fondo ni fin (aparente) desborda en el diluvio…
La fuga es un viaje en el navío de la angustia; allí la palabra es una valija que se hunde en el mar, puro lastre…

Hay palabras que sin respiro nos arrojan ante un espejo inapelable: ahí está la vida, ajena a la retórica, esquiva de los artificios, hosca frente a las representaciones que ahuecan las pasiones hasta el hartazgo…. Ahí está vida, muestra sin pudores ni moralinas sus carnes en llagas como si fueran el sol de los sacrificios, el himno de las miserias, un coro de condenados; y detrás, casi en penumbras, dolida, impotente, avergonzada, asoma otra vida, la que se soñó sería. (En el amor, sería; en lo justo, como acto primero y finalidad postrer, sería…)
Palabras y palabras, que den validez al mayor de los desgarros, en esa hora en que las mentiras ya no sirven, los lamentos persiguen inútilmente a los fantasmas y el número de muertes en el hambre de la calle espanta de la cama a las más aguerridas de las amantes… (Ah, ya no hay pausa ni para el perfume de los jazmines…)
Post Scriptum: En los bordes de la soledad alguien -¿nuestra mano?  arroja una piedra húmeda y con algas contra el espejo; el espejo estallado es un alma que tiembla ante la negrura infinita del abismo… (¿Pero de quién es ese hambre de lengua desesperada que lame la piedra hasta nacer cadáver? ¿No es un niño el que yace en ofrenda servil ante los ojos del carancho…? ¿La redención es el comienzo de otra farsa…?


Hay palabras que advierten: la identidad del ser está en la palabra; es la palabra en la palabra, que da vida a las palabras; pero no se agota ahí, los usos y costumbres de la muerte tampoco se rinden tan fácilmente… Y cuando la palabra áspera en la garganta, de fuegos en los labios…, no coincide en sus huellas con los actos, se desnuda la impotencia del acto para constituirse en la esencia viva de la palabra: desde el origen su filo está mellado… (La criatura humana que pende de un hilo en el abismo no tendrá un final piadoso. O al menos pulcro, como exigen los notarios del buen dolor.)
Post Scriptum: Si el ser se consustanció con la palabra al punto de pervertirse en la pura palabra, fallece en el tamaño escándalo. Si el ser se reduce al acto, y construye su morada con paredes flacas, languidecidas, obre con conciencia o se sitúe lejos de ella, no tendremos otro fruto que un exceso de materialidad fingida… Nada así merece la existencia, la contradicción se resuelve en el silencio… (Las aguas del río corren hacía el océano, o se secan…)

Hay palabras de singularidad absoluta, profetizan el bien, aún sin topia. Hay palabras que sólo viven en la comparación, son palabras para el metro y la balanza, son palabras que nos hablan del mal porque imponen que alguna vez existió el bien -sea como idea, sea como acto-; lo necesitan para poder ser, así como la riqueza, más que considerada en sí, necesita de la pobreza para construir su identidad; existe necesariamente desde lo otro, que aquí es el dolor, inevitablemente dolor, tanto en el paroxismo de la sumisión, como en el inicio de la rebeldía.
También hay palabras pobres, de irreductible pobreza, su perfección puede concebirse en el grito, un grito del alma, en tanto su alegría y su tristeza provocan una misma fascinación: el velo está corrido; la luz nos desborda hasta el límite del sufrimiento, se funde con la locura. Hay palabras que a su vez necesitan del murmullo. Un murmullo con guijarros en la boca que pronuncia y un murmullo de pétalos de rosas en la misma boca cuando se cierra… Así podremos recorrer un extenso pentagrama, que se inicia en un cristal velado y culmina con trompetas y trombones para un cristal roto…
Post Scriptum: La lengua privada de los dioses para entenderse con la criatura humana es la lengua de los delirios; algo así como la piel de un lago… En la criatura humana el delirio es una necesidad voraz del espíritu, pura espuma de luz para no estallar de impotencia… Se trata de una belleza más que precaria, arena en el cosmos, no termina de aparecer cuando ya se extingue… Eso sí, su estela es imborrable. Tras su recuerdo, ya nada será como fue…

Hay palabras que nos habitan y preparan para el espanto que espera cuando descubrimos la eternidad en los ojos de un gato que merodea a los prontos muertos en las camas siempre húmedas de un hospital de pobres. Hay palabras que acompañan nuestro asombro en el surco de la conciencia; hay palabras que regresan extenuadas por su viaje y sin embargo persisten en interrogarnos: ¿qué es el grito…? Puertas adentro de un asilo de pobres hallamos una respuesta: el grito es la identidad del ser en la palabra, cuando el cuerpo fallece en su deseo: quiso construir la casa del alma… y era un tiempo sin treguas ni reconcilio…
Post Scriptum: Nadie llega al grito sin haber socorrido a la palabra, atascada en la muchedumbre de la soledad… Nadie se va del grito sin la certidumbre de conocer el cuarto de pobres donde duerme la muerte de los pobres. La palabra, entonces, ya no se protege y cuelga los guantes, de todas formas seguirá respirando… (Quien no se protege es el niño de la pobreza;llueve, como llueve cuando se enojan todos los ángeles, y entra en ese cuarto… Aquí, el pronóstico es certero, inevitable. El niño de la pobreza respira en el aire de la muerte; su suerte depende de un suspiro…)

Hay palabras que aguardan en la más profunda mismidad (pienso en un eterno socavón de una mina de diamantes, donde un perro de dientes negros roe la garganta de la luna…); en ese borde de fuga, resbaladizo, donde el lamento –en su abundancia y para mayor desgracia se transforma en vacío… Hay palabras para que el destino trágico del condenado pase a ser el drama vivo de una conciencia viva. Habría aquí una gracia de la voluntad, mucho más que una vía de milagro…
Hay palabras como cataratas de la realidad, como reiteración que defiende lo que ya existe; y hay palabras que traen las voces del sueño y del delirio, para que, ¡vaya paradoja!, la realidad de una vuelta campana y cobre sentido y agote los sentidos en la conciencia que despierta, incluso atroz, sobre los bosques de la inocencia… Hay palabras que mudan de río en río, que no soportan un mísero instante de quietud; ven allí los prolegómenos de un suicidio… Hay palabras que los dioses y los demonios consagran sobre nuestras cabezas, a sangre y fuego si es preciso, con la misma intensidad de un auto de fe, o de un mito… Hay palabras alucinadas que los ángeles nos susurran al oído, en memoria de aquellos días en que también éramos ángeles, aunque nuestros ojos estuvieron lacerados de tanto mirar los ojos del sol…
Post Scriptum: ¿La palabra es un artificio, la última jugarreta antes de aceptar que sólo nos pertenece un lecho. no un lecho de mar sino de escombros? De eso se trata: entrar en el sueño sin haber salido del sueño, tirando abajo, pacientes y obstinados, el muro que nos encierra. Ese muro que nos obliga a permanecer en una imitación trágica, en esa sustitución degradada de lo real, que realizamos día a día, con la ilusión de continuar vivos, por más lejos que se nos vaya la vida. Bienvenida pues la destrucción, aunque soñar deja de ser un deseo protector y el lecho de escombros se revele como una tortura cotidiana. En el exceso de contenido, que ahora se derrumba, se inicia un proceso (una angustia) liberadora. En tanto la pobreza es un exceso cruel, la tarea de demolición urge.

Hay palabras que recogemos de otras palabras, son su alma, y las volvemos propias, como si fueran la bóveda celeste con estrellas de infinita finitud de luz, donde esperan nuestros muertos… dormidos en sus lágrimas…
Las lágrimas guardan la memoria de un placer que no fue cumplido, y llegan ahora, convertidas en el eco de un dolor lejano, lejanísimo, casi impalpable, pero que aún escarba la herida.
De pronto ese dolor pega un salto sobre las ciénagas con botas de gigante, lo que ayer fue una ilusión, o un socorro de las magias, es hoy el parto de una rebeldía que entre gritos, llantos y risas nos llama, planta en el universo una nueva esperanza. Entonces la palabra deja de ser la idea, una escuálida idea; hay un cuerpo, surge el acto. La palabra en acto es nuestra piel, la pasión que estremece todo lo que somos… (Materia de un sueño irrepetible, que contamos y contamos en la levedad del día…)
La palabra no se desmerece. La palabra reconoce que hubo aquí una ceremonia virtuosa en los jardines del amor, a la hora del crepúsculo…
Vibran todavía apalabras de dulzura, mientras nos cierran los ojos… Lo que parecía un mare nostrum es el rocío de la lengua…
Post Scriptum: De los pliegues originarios de una realidad que no se finge, reconocemos una ética que poco y nada tiembla al maldecir las metáforas, las alegorías y las interpretaciones de las palabras que naturalizan el crimen de la pobreza y petrifican los actos de sumisión.

Hay palabras que son cuchilladas de alegría, cortan los nudos de un tajo: purísimo, prístino, primigenio… ¡Ah vida que renace para la vida!... ¡Ah historia de la criatura humana que puede ser contada desde los tajos…los que se dieron y los que no se dieron!
Hay palabras que a duras penas cargan con la tristeza; yacen sobre el sudor de sus pesadillas, beben de su sangre para su sed, caminan sobre las sombras y confunden su sombra, el ahogo de su sombra, con la muerte que anhela, acecha, abraza…
Hay palabras que son nuestros ojos: miran a los niños de la pobreza. (¿Saben de ellos? ¿Pueden mirar desde ellos? ¿Qué es la mirada? ¿Para quién es la mirada…?)
El firmamento celeste, muy celeste y cristalino se apaga. Las bellas nubes desaparecen rápidas en la garganta de algún fantasma…
Entramos en un territorio sin plegarias ni deseos. Aquí la identidad de la palabra, que marca el espacio y el tiempo del otro, y desde allí nos mira, sería un reconcilio con la muerte; un diálogo entre dos mentiras. Pena y pena. Apenas la pena…
Post Scriptum: Son días en que el lenguaje social se viste con las ropas del diálogo. Este gran paradigma nos huele a pescado viejo, a cadáver molido.
¿Diálogo entre quien tiene la soga en el cuello y el otro que de la cuerda tira?
Lo que se ve aquí es una lengua negra que se esfuerza hacía un cielo sin cielo; y del otro lado un verdugo, un poco cansado y un poco aburrido, que se acomoda sobre el pasto, en vísperas de la siesta…

Hay palabras que asaltan nuestra conciencia, y ahora dicen: desde el cuerpo en llagas y con el alma en fuego y sin halagos; desde el centro mismo de una existencia, capaz de firmar su propia partida de difunto sin renunciar al sentido de sus pasos, se puede construir una poética de alabanza a la belleza.
Sí, belleza, exaltación en alza de la palabra que la nombra, aún sobre la tierra púrpura, arrasada; aún sobre los propios huesos arrasados…
La pregunta roe la frente: ¿quién escribirá esas palabras de belleza; quién llenará esa espera florecida, cuando los perros que ayer aullaban a la luna hoy le aúllan en la cara a los niños empobrecidos de la pobreza…?
Post Scriptum: En tanto la contradicción llega al límite de lo insoportable, descubrimos que hay palabras que sólo tienen sentido como preguntas; y hay preguntas que han nacido como silencio… ¡Que el dolor lave las bocas!

Vicente Zito Lema,
Buenos Aires, mayo de 2009

viernes, 26 de junio de 2009

PASION POR LA JUSTICIA


En memoria de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki;

hermosos luchadores sociales, jóvenes acribillados a balazos

por una partida policial de la Provincia de Buenos Aires,

el 26 de junio de 2002, durante la violenta represión

organizada y amparada por el Poder en el Puente Pueyrredón,

y que culminara como tragedia en la estación de tren de Avellaneda.

Cuando vio a las humildes mariposas del bañado

Con sus alas clavadas y quemadas

En el altar de todos los días

Más que clamar a los dioses por justicia

O derramar nuevas lagrimas sobre los valles agotados del lamento

Quiso ser justo

Las puertas de cristal del paraíso están cerradas

Ni siquiera piedad tendrán las mariposas, se dijo

En un tiempo donde los cielos son una tierra sin luz, baldía

Y las flores del amor se pudren antes de nacer

En los bordes de las tumbas…

Quiso ser justo y ningún ángel ciego le entregó su espada

Ningún héroe antiguo le susurró secretos; ningún viento

Cálido y venturoso acaricio las velas de su navío…

A mordiscones, entre gritos de pecho desnudo y gomas quemadas

para el vuelo de los cuervos

Apenas empuñando un palo y el pañuelo palestino

Debajo de los ojos que ardían

En el grueso mar de las desdichas

Inició su odisea…

Mientras su vida navegaba sobre la cresta de las olas

Supo que hay una ciudad en las colinas de la riqueza

Donde los cuerpos devoran a los cuerpos como si fueran de oro…

Y que otra ciudad crece y crece en las espaldas de la basura

Y allí las almas lloran a las almas como si fueran el pan de dios…

Quiso ser justo y recorrió la muralla que separa las ciudades

Supo que las murallas de piedras son pasiones tristes

Y la última piedra es el silencio

Supo que las bocas del silencio jamás besan

Y que el pecado de la pobreza se paga con la muerte…

Una noche de tormenta con furiosos destellos azules

Soñó que la diosa justicia – Temis, la madre

de las parcas, la llamaban –,

Se alzaba desde el fondo de las aguas y se escurría

Como un pez de sol entre sus sábanas frías…

Se arrimó al fuego, buscaba un abrazo. Ella se negó, con risas.

Sintió el desprecio como si fuera un gato de porcelana

Solo puedes mirarme y desearme. Mi dueño es la ley,

y el dueño de la ley es el poder, que tiene un dueño…

la muerte, que violó a mi madre, para que

yo naciera, dijo ella, y su voz de infante

pareció la seda del alba

cuando la rasga un relámpago…

Y se fue de su vida como se fue del sueño

Desnuda y ajena, igual que cuando llegó…

A caballo de la eternidad…

Abrió sus ojos en la oscuridad de una cueva de diamantes…

Detrás de los pinos tardíos el desierto se movía

Más rápido que el viento y tan frágil

Como una bailarina

Y más lejos, donde la mirada se termina entre crespones de niebla

Pudo leer el anuncio del alba: ya llega la estrella matutina…

La justicia se ofende con las pasiones, dijo, casi a gritos

hechizado por la luz, aún sin decidirse

entre el rojo y los celestes que abundaban…

Acaso el terror le haya secado los labios, dijo, más calmo

La justicia cierra su culo sobre la riqueza

y se pavonea con aires de ninfa, dijo, y se rió

como ríen los muchachos en el barrio…

Vio mil potros sudorosos al galope por las pampas y pensó

otra vez en la justicia…

Su belleza huele a cadáver pero ella no lo sabe…

Nació muerta en un tiempo de esclavos, dijo al fin,

con tristeza y agotó su cigarrillo

como quien agota la paciencia en los filos del aire…

Quiso ser justo. Volvió a su navío. A su viaje

Entre las aguas de la miseria y los barros

Del dolor que se eterniza y se muestra

Al desnudo y tan natural como la noche más noche

Donde ni siquiera brilla el consuelo de la luna…

Quiso ser justo. Allí estaban las fábricas cerradas,

Las escuelas caídas como hojas del peor invierno, ayer doradas,

Y los hospitales con sus madres y sus niños en colas infinitas

Que poco alivian los rezos y las maldiciones

Allí estaban la prostitución y el pegamento

para las criaturas que cruzan la puerta del infierno

Allí, bajo las ramas raquíticas y las ochavas mojadas

se veían los colchones de jirones, de fantasmas,

para que los viejos entre toses y gargajos

amarillos tengan el último de los sueños negros…

Quiso ser justo y abrió su corazón a todas las lluvias…

Con la inocencia del recién nacido

Era el fervor de quien decide mover el mundo

Día tras día… hora por hora…

Hasta lograr con sus manos el milagro…

Quiso ser justo allí donde lo justo escasea como los lirios en el potrero

Eligió por puerto un barrio donde sólo abundan los caminos

Que llevan al cementerio

Trabajó duro en la bloquera (lo más duro fue organizarla)

Trabajó duro levantando la salita de salud y la biblioteca

Trabajó duro moviendo las conciencias

En el pueblerío duro del sur

Quiso ser justo: o sea que su acción diera sentido

a la idea primigenia de la vida,

la que mueve las almas y los sueños;

o sea darle finalidad de bien común

a la reproducción material de la existencia,

para que el gozo de lo creado

detrás de la necesidad,

en pos de la belleza,

no lo pervierta el valor de cambio,

tampoco lo espante la usura;

Y más aún: que la igualdad en las dichas

de la vida resulte la más dicha,

en el viaje de los cuerpos amorosos

que trepan a sus navíos…

Quiso ser justo y cuando el hambre no tuvo respuesta

Recogió piedras para acompañar las palabras – y las palabras

fueron más limpias y más sonoras –

Y cortó las calles, las rutas y los puentes

para no cortar

el dulce hilo de la vida

Y sonrió con la bella arrogancia del justo: no somos

elefantes para morir en soledad, dijo

Aunque cierren los ojos y nos desprecien, aquí estamos…

Aunque nos declaren la guerra seguimos en el viaje, dijo

Y junto a sus compañeros del barrio que cuidaban su navío

Alzó sus manos con palos hacia el cielo

Como si fueran la corona triunfante de la tierra…

Esa mañana como nunca la gente del reclamo a flor de piel estaba allí

con tantas cicatrices como mil colores

Sobre los cuerpos sin artificio

También como nunca las fuerzas del poder los esperaban,

Arteros en lo suyo,

Preparados para una guerra en el espacio

Quiso ser justo entre los justos

Rabioso, con toda la espuma del amanecer

Amenazante, listo para pisotear la cabeza del monstruo

Otra vez la historia se obstinó en mostrar

Que las armas en manos del poder

Pueden más que los corazones desarmados…

Quiso ser justo entre los justos

Ayudó como pudo en el desorden de la retirada

Cuidó a los más desesperados

Dio aliento al que sufría las heridas (eran balas de goma

y después de plomo)

Siguió siendo justo con ojos desencajados

Por los gases y las visiones del dolor

Ardía, era muy joven, no había bebido los alegres vinos

en la noche de bodas,

Sintió que vivía las vísperas del adiós

Estaba marcado y lo perseguían

Apenas tuvo tiempo de tomar la mano del compañero en agonías

No es bueno que muera en soledad…

Es necesario que alguien sostenga su mirada…

Es justo morir a su lado, acaso dijo…

… Dio su espalda a la partida de asesinos

Los tiros fueron muchos y sintió que una nube de brazos

lo subían otra vez a su navío

Y mientras los vientos y las aguas lo llevaban del este hacia el oeste

Vio como las rojas y amarillas, humildes mariposas del bañado

Nunca antes tan brillantes

Rompían con sus alas

Las puertas de cristal del paraíso…

Vicente Zito Lema




domingo, 24 de mayo de 2009

LAS PALABRAS, LA IDENTIDAD Y LOS PERROS DE LA POBREZA...

Hay palabras, en el origen de la vida… En la noche absoluta y sin matices hay palabras cuando la vida fue, memoria de la noche absoluta y sin matices… Que no se reitera, pero tampoco existe sin el común origen, fuera de una resonancia que perturbe el vacío…

Hay palabras que nacen sin recuerdo de la eternidad.

Son palabras fugaces, frágil llama en el viento… Viven en un tiempo atroz. Ocupan un espacio atroz. Les espera una oscuridad atroz; negrura que jamás conoció la luz…

Tiemblan en una soledad sin labios; sus huellas son tenues, fugitivas, apenas las pisadas de una sombra…

Post Scriptum: La palabra aquí es el alma, que resguarda al cuerpo en los aprestos del cadáver… ¡Ah, las músicas, las músicas!… Más allá de sí, de una decisión o de la voluntad; puras palabras ajenas a la voracidad de la muerte… Son palabras sin cuerpo, deberán construirlo; y en la medida que la palabra forma el cuerpo, el cuerpo dará sentido a todos los silencios…; en especial al que asoma en el final del camino… La muerte, entonces, también se construiría con la palabra y el alma tendrá cabida en el regocijo del cuerpo… (La palabra obscenidad quedará clausurada, el miedo se morderá su cola, los cielos vivirán en los cielos, y “la muerte ya no tendrá poder”…)

Hay palabras que nacen para increpar al destino. (Lucen celestes en el crispado río; son las palabras del viaje…)

Hay palabras que nacen cuando nacemos… De nosotros mismos, instante del instante, agónicos, oscuros, incompletos…

El cuerpo sigue siendo sangre sin carne; el alma todavía acomoda sus pasiones, sabe del desvarío, sabe del desamparo y como una bailarina ciega se prepara en las sombras para las danzas…

Post Scriptum: Semejante a la lluvia, que atraviesa los cuerpos, vemos a una madre que muerde las palabras, amorosa primero y más tarde arropada en una piedad extrema; ella puede sentir el aleteo de la muerte y se aleja, presurosa, en su boca carga el grito como si fuera la piedra de su martirio..., sueña con una pradera de salvación…

Hay palabras que nacen como nace el silencio, en el fin de las distancias, en el agua donde comienza el desierto después de la sed; allí donde los hijos matan a sus padres porque son jóvenes y fuertes y necesitan reír sin que nadie se refugie en sus risas con pasos de viejo y con ojos de viejo que ya no separan el bien del mal, por tanto hablar con la muerte. Allí, en el mismísimo lecho de la divinidad, donde el primer hombre y la primera mujer todavía se descubren… ¿lujuriosos…? ¿…azorados….? ¿Felices porque Dios no soporta la provocación y se fuga….? ¡Ah las bellas criaturas del temblor!... ¿Qué palabra colmará semejante mar sin peces; la palabra ayudará a entrar en el mundo del beatífico esplendor terreno a ese cuerpo que nunca entró, que jamás de los jamases salió de sí, aterrado, aterrado…?

Post Scriptum: cuando la palabra desafía a la divinidad, se come la lengua; ¿o es posible imaginar una palabra que no traicione a la muerte…? ¿Miedo y silencio son las dos caras de una espera que se resigna a ser espera…? ¿La rebeldía de la palabra que no existe sin un bendito o maldito amor a Dios, es el último sostén de “un alma en vilo”…?

Hay palabras que esperan a los cuerpos, sin mansedumbre, cumpliendo el ritual de la inocencia; así también los cuerpos aguardan sin guardia a las palabras en la noche de su destierro… Todo fluye hacia un espacio de anuncios; la identidad de la palabra se abre paso en el pantano; sucia de si, se pierde y se encuentra; sucia de sí, balbucea en el lodo, da gracias a los cielos como un naufrago que se aferra a las raíces de la orilla…

La identidad de la palabra –en las delicias del amor o en el socavón del odio, tanto da–, es una palabra que se alza, letra más letra, ladrillo a ladrillo, con la misma paciencia, con el mismo asombro que siente el cuerpo cuando descubre la lluvia en una lejanía sin nubes…

Post Scriptum: ¿Qué sucede con la palabra; tambalea, se sacude hasta en los cimientos su identidad, cuando un ser poseído por la angustia apresura los tiempos de la agonía inevitable y escribe su destino…?(¡Ah esa hoja que cae, dorada… dorada…!)

¿No será un anhelo de la palabra, que la palabra devaste a la agonía, así la palabra escucha a la palabra…? ¿O acaso el silencio no habla con el silencio en la noche perfecta de la perfecta mañana…?

Hay palabras que arden y arden con ansiedad y brillo en los pliegues de la caverna. En la desmesura de su totalidad, como unidad del lenguaje ungido en verdad amorosa, las palabras incendian la tierra del día y los cielos de la noche. Lentas palabras de agua, sirven para perderse en el vientre de una estatua de sal. Raudas palabras de aire, van y van, van y van…. Nube en las nubes… Las nubes se sostienen de palabras, jamás de llantos. (Nadie llora cuando la muerte resucita en los pasos de la belleza…)

Post Scriptum: El tema de la palabra es la fuga. Por fuera de su deseo el viento de la boca la enloquece; es su Mistral. Las palabras sobran en el cuerpo; hasta un barril sin fondo ni fin (aparente) desborda en el diluvio…

La fuga es un viaje en el navío de la angustia; allí la palabra es una valija que se hunde en el mar, puro lastre…

Hay palabras que sin respiro nos arrojan ante un espejo inapelable: ahí está la vida, ajena a la retórica, esquiva de los artificios, hosca frente a las representaciones que ahuecan las pasiones hasta el hartazgo…. Ahí está vida, muestra sin pudores ni moralinas sus carnes en llagas como si fueran el sol de los sacrificios, el himno de las miserias, un coro de condenados; y detrás, casi en penumbras, dolida, impotente, avergonzada, asoma otra vida, la que se soñó sería. (En el amor, sería; en lo justo, como acto primero y finalidad postrer, sería…)

Palabras y palabras, que den validez al mayor de los desgarros, en esa hora en que las mentiras ya no sirven, los lamentos persiguen inútilmente a los fantasmas y el número de muertes en el hambre de la calle espanta de la cama a las más aguerridas de las amantes… (Ah, ya no hay pausa ni para el perfume de los jazmines…)

Post Scriptum: En los bordes de la soledad alguien -¿nuestra mano? arroja una piedra húmeda y con algas contra el espejo; el espejo estallado es un alma que tiembla ante la negrura infinita del abismo… (¿Pero de quién es ese hambre de lengua desesperada que lame la piedra hasta nacer cadáver? ¿No es un niño el que yace en ofrenda servil ante los ojos del carancho…? ¿La redención es el comienzo de otra farsa…?

Hay palabras que advierten: la identidad del ser está en la palabra; es la palabra en la palabra, que da vida a las palabras; pero no se agota ahí, los usos y costumbres de la muerte tampoco se rinden tan fácilmente… Y cuando la palabra áspera en la garganta, de fuegos en los labios…, no coincide en sus huellas con los actos, se desnuda la impotencia del acto para constituirse en la esencia viva de la palabra: desde el origen su filo está mellado… (La criatura humana que pende de un hilo en el abismo no tendrá un final piadoso. O al menos pulcro, como exigen los notarios del buen dolor.)

Post Scriptum: Si el ser se consustanció con la palabra al punto de pervertirse en la pura palabra, fallece en el tamaño escándalo. Si el ser se reduce al acto, y construye su morada con paredes flacas, languidecidas, obre con conciencia o se sitúe lejos de ella, no tendremos otro fruto que un exceso de materialidad fingida… Nada así merece la existencia, la contradicción se resuelve en el silencio… (Las aguas del río corren hacía el océano, o se secan…)

Hay palabras de singularidad absoluta, profetizan el bien, aún sin topia. Hay palabras que sólo viven en la comparación, son palabras para el metro y la balanza, son palabras que nos hablan del mal porque imponen que alguna vez existió el bien -sea como idea, sea como acto-; lo necesitan para poder ser, así como la riqueza, más que considerada en sí, necesita de la pobreza para construir su identidad; existe necesariamente desde lo otro, que aquí es el dolor, inevitablemente dolor, tanto en el paroxismo de la sumisión, como en el inicio de la rebeldía.

También hay palabras pobres, de irreductible pobreza, su perfección puede concebirse en el grito, un grito del alma, en tanto su alegría y su tristeza provocan una misma fascinación: el velo está corrido; la luz nos desborda hasta el límite del sufrimiento, se funde con la locura. Hay palabras que a su vez necesitan del murmullo. Un murmullo con guijarros en la boca que pronuncia y un murmullo de pétalos de rosas en la misma boca cuando se cierra… Así podremos recorrer un extenso pentagrama, que se inicia en un cristal velado y culmina con trompetas y trombones para un cristal roto…

Post Scriptum: La lengua privada de los dioses para entenderse con la criatura humana es la lengua de los delirios; algo así como la piel de un lago… En la criatura humana el delirio es una necesidad voraz del espíritu, pura espuma de luz para no estallar de impotencia… Se trata de una belleza más que precaria, arena en el cosmos, no termina de aparecer cuando ya se extingue… Eso sí, su estela es imborrable. Tras su recuerdo, ya nada será como fue…

Hay palabras que nos habitan y preparan para el espanto que espera cuando descubrimos la eternidad en los ojos de un gato que merodea a los prontos muertos en las camas siempre húmedas de un hospital de pobres. Hay palabras que acompañan nuestro asombro en el surco de la conciencia; hay palabras que regresan extenuadas por su viaje y sin embargo persisten en interrogarnos: ¿qué es el grito…? Puertas adentro de un asilo de pobres hallamos una respuesta: el grito es la identidad del ser en la palabra, cuando el cuerpo fallece en su deseo: quiso construir la casa del alma… y era un tiempo sin treguas ni reconcilio…

Post Scriptum: Nadie llega al grito sin haber socorrido a la palabra, atascada en la muchedumbre de la soledad… Nadie se va del grito sin la certidumbre de conocer el cuarto de pobres donde duerme la muerte de los pobres. La palabra, entonces, ya no se protege y cuelga los guantes, de todas formas seguirá respirando… (Quien no se protege es el niño de la pobreza;llueve, como llueve cuando se enojan todos los ángeles, y entra en ese cuarto… Aquí, el pronóstico es certero, inevitable. El niño de la pobreza respira en el aire de la muerte; su suerte depende de un suspiro…)

Hay palabras que aguardan en la más profunda mismidad (pienso en un eterno socavón de una mina de diamantes, donde un perro de dientes negros roe la garganta de la luna…); en ese borde de fuga, resbaladizo, donde el lamento –en su abundancia y para mayor desgraciase transforma en vacío… Hay palabras para que el destino trágico del condenado pase a ser el drama vivo de una conciencia viva. Habría aquí una gracia de la voluntad, mucho más que una vía de milagro…

Hay palabras como cataratas de la realidad, como reiteración que defiende lo que ya existe; y hay palabras que traen las voces del sueño y del delirio, para que, ¡vaya paradoja!, la realidad de una vuelta campana y cobre sentido y agote los sentidos en la conciencia que despierta, incluso atroz, sobre los bosques de la inocencia… Hay palabras que mudan de río en río, que no soportan un mísero instante de quietud; ven allí los prolegómenos de un suicidio… Hay palabras que los dioses y los demonios consagran sobre nuestras cabezas, a sangre y fuego si es preciso, con la misma intensidad de un auto de fe, o de un mito… Hay palabras alucinadas que los ángeles nos susurran al oído, en memoria de aquellos días en que también éramos ángeles, aunque nuestros ojos estuvieron lacerados de tanto mirar los ojos del sol…

Post Scriptum: ¿La palabra es un artificio, la última jugarreta antes de aceptar que sólo nos pertenece un lecho. no un lecho de mar sino de escombros? De eso se trata: entrar en el sueño sin haber salido del sueño, tirando abajo, pacientes y obstinados, el muro que nos encierra. Ese muro que nos obliga a permanecer en una imitación trágica, en esa sustitución degradada de lo real, que realizamos día a día, con la ilusión de continuar vivos, por más lejos que se nos vaya la vida. Bienvenida pues la destrucción, aunque soñar deja de ser un deseo protector y el lecho de escombros se revele como una tortura cotidiana. En el exceso de contenido, que ahora se derrumba, se inicia un proceso (una angustia) liberadora. En tanto la pobreza es un exceso cruel, la tarea de demolición urge.

Hay palabras que recogemos de otras palabras, son su alma, y las volvemos propias, como si fueran la bóveda celeste con estrellas de infinita finitud de luz, donde esperan nuestros muertos… dormidos en sus lágrimas…

Las lágrimas guardan la memoria de un placer que no fue cumplido, y llegan ahora, convertidas en el eco de un dolor lejano, lejanísimo, casi impalpable, pero que aún escarba la herida.

De pronto ese dolor pega un salto sobre las ciénagas con botas de gigante, lo que ayer fue una ilusión, o un socorro de las magias, es hoy el parto de una rebeldía que entre gritos, llantos y risas nos llama, planta en el universo una nueva esperanza. Entonces la palabra deja de ser la idea, una escuálida idea; hay un cuerpo, surge el acto. La palabra en acto es nuestra piel, la pasión que estremece todo lo que somos… (Materia de un sueño irrepetible, que contamos y contamos en la levedad del día…)

La palabra no se desmerece. La palabra reconoce que hubo aquí una ceremonia virtuosa en los jardines del amor, a la hora del crepúsculo…

Vibran todavía apalabras de dulzura, mientras nos cierran los ojos… Lo que parecía un mare nostrum es el rocío de la lengua…

Post Scriptum: De los pliegues originarios de una realidad que no se finge, reconocemos una ética que poco y nada tiembla al maldecir las metáforas, las alegorías y las interpretaciones de las palabras que naturalizan el crimen de la pobreza y petrifican los actos de sumisión.

Hay palabras que son cuchilladas de alegría, cortan los nudos de un tajo: purísimo, prístino, primigenio… ¡Ah vida que renace para la vida!... ¡Ah historia de la criatura humana que puede ser contada desde los tajos…los que se dieron y los que no se dieron!

Hay palabras que a duras penas cargan con la tristeza; yacen sobre el sudor de sus pesadillas, beben de su sangre para su sed, caminan sobre las sombras y confunden su sombra, el ahogo de su sombra, con la muerte que anhela, acecha, abraza…

Hay palabras que son nuestros ojos: miran a los niños de la pobreza. (¿Saben de ellos? ¿Pueden mirar desde ellos? ¿Qué es la mirada? ¿Para quién es la mirada…?)

El firmamento celeste, muy celeste y cristalino se apaga. Las bellas nubes desaparecen rápidas en la garganta de algún fantasma…

Entramos en un territorio sin plegarias ni deseos. Aquí la identidad de la palabra, que marca el espacio y el tiempo del otro, y desde allí nos mira, sería un reconcilio con la muerte; un diálogo entre dos mentiras. Pena y pena. Apenas la pena…

Post Scriptum: Son días en que el lenguaje social se viste con las ropas del diálogo. Este gran paradigma nos huele a pescado viejo, a cadáver molido.

¿Diálogo entre quien tiene la soga en el cuello y el otro que de la cuerda tira?

Lo que se ve aquí es una lengua negra que se esfuerza hacía un cielo sin cielo; y del otro lado un verdugo, un poco cansado y un poco aburrido, que se acomoda sobre el pasto, en vísperas de la siesta…

Hay palabras que asaltan nuestra conciencia, y ahora dicen: desde el cuerpo en llagas y con el alma en fuego y sin halagos; desde el centro mismo de una existencia, capaz de firmar su propia partida de difunto sin renunciar al sentido de sus pasos, se puede construir una poética de alabanza a la belleza.

Sí, belleza, exaltación en alza de la palabra que la nombra, aún sobre la tierra púrpura, arrasada; aún sobre los propios huesos arrasados…

La pregunta roe la frente: ¿quién escribirá esas palabras de belleza; quién llenará esa espera florecida, cuando los perros que ayer aullaban a la luna hoy le aúllan en la cara a los niños empobrecidos de la pobreza…?

Post Scriptum: En tanto la contradicción llega al límite de lo insoportable, descubrimos que hay palabras que sólo tienen sentido como preguntas; y hay preguntas que han nacido como silencio… ¡Que el dolor lave las bocas!

Vicente Zito Lema,

Buenos Aires, mayo de 2009